Marido calla a su esposa porque siempre cree tener la razón: en su aniversario 40 intercambian roles – Historia del día

Pareja de ancianos | Foto: Shutterstock

Edith quería pasar su luna de miel en París, pero su marido le dijo que no, así que ella ahorró durante 40 años para hacer realidad su sueño.

Edith Díaz había soñado con visitar Francia desde que era una niña. Cuando aceptó la propuesta de matrimonio de Héctor, mencionó tímidamente que le encantaría una luna de miel en París, pero su flamante prometido la decepcionó.

“¿Francia?”, se burló él. “¿Crees que voy a gastar tanto dinero en una luna de miel cuando necesito un auto nuevo? Sigue soñando”.

Una pareja de personas mayores pasean por un parque. | Foto: Pexels

Una pareja de personas mayores pasean por un parque. | Foto: Pexels

Edith siguió soñando tal y como él le dijo. Ahora, tras cuarenta años de matrimonio, ese sueño por fin se hacía realidad.

Durante décadas, la mujer había ahorrado cada centavo que ganaba y se había prometido que iría a Francia aunque fuera lo último que hiciera. Mientras tanto, también tomó clases de francés y se empapó con todo lo que pudo sobre el arte, la cultura y la cocina de ese país.

El mérito de Edith era que se las arreglaba para hacer todo esto mientras criaba a sus tres hijos, trabajaba como profesora sustituta y soportaba a Héctor. Él no era el más fácil de los hombres, pero era honesto y trabajador. A su manera amaba a Edith y a sus hijos.

Así que, mientras ella soñaba con el romance y la aventura, los años pasaron y sus hijos crecieron. Entonces, un día se despertó y se dio cuenta de que era ahora o nunca.

Edith tenía 67, Héctor tenía 72 y puede que no estuvieran en forma durante mucho más tiempo. Especialmente Héctor, que había ganado peso desde su jubilación.

La mujer pensó que la oportunidad perfecta para dar la sorpresa a su marido era de la manera más pública posible. Así que organizó una celebración de su cuadragésimo aniversario de boda e invitó a todos sus amigos y familiares.

En plena fiesta, Edith dio la noticia. “Como todos saben, Héctor y yo llevamos cuarenta años enamorados, ¡y creo que ha llegado el momento de una segunda luna de miel!”.

Ella sonrió radiantemente a Héctor y le entregó un sobre gigante con “Bon Voyage” impreso en letras doradas gigantes. Él lo abrió y se quedó con la boca abierta. “¿Boletos para París?”, preguntó, frunciendo el ceño.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Edith estaba prácticamente saltando de emoción. “¡Oh, quiero que te lo pases de maravilla, Héctor!”, gritó. “¡Está todo arreglado y pagado, y es un viaje de cinco estrellas hasta el final! Nos vamos en una semana”.

Delante de su familia y amigos, Héctor no podía quejarse, así que sonrió y le dio las gracias a Edith, pero no estaba nada emocionado. No hablaba nada de francés y, de hecho, nunca había salido del país en toda su vida.

Héctor no era de los que viajan por el mundo y no iba a permitir que Edith lo controlara. Desde el mismo momento en que sus pies tocaron suelo francés, él tomó las riendas.

Sabía que Edith hablaba francés, pero nunca le dio una oportunidad. Héctor se dirigía a la gente en voz muy alta, convencido de que cuanto más alto hablara, mejor la entenderían.

Mientras estuvieron en París, las cosas no estuvieron tan mal, al fin y al cabo, la Ciudad de las Luces acogía al mundo y siempre alguien hablaba inglés. Las cosas se complicaron cuando empezaron a conducir por el sur de Francia.

Edith había conseguido un auto de alquiler muy bonito, pero desgraciadamente el GPS estaba configurado en francés. Héctor estaba seguro de que lo entendía todo muy bien. Como resultado, tomaron algunos desvíos imprevistos y se perdieron.

Héctor se negó a que su esposa pidiera indicaciones. “Te lo digo, Edith”, soltó él con su aire de superioridad, “¡Nos las arreglamos muy bien sin nada de esa jerga afrancesada!”.

Esa tarde, finalmente, condujeron hasta una hermosa ciudad amurallada cerca de Toulouse, donde Edith había reservado una mesa en uno de los mejores restaurantes de Francia.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels

Era tan famoso que la gente tenía que reservar con meses de antelación. Edith estaba deseando ver las justamente famosas creaciones culinarias del chef. Héctor no estaba impresionado.

“¡Qué tiene esto que no tenga una parrilla, me gustaría saberlo!”, comentó Héctor en voz tan alta que Edith sintió que se sonrojaba de vergüenza.

“Héctor, el chef es uno de los mejores…”, respondió ella en voz baja.

“¿El mejor?”, preguntó Héctor, que habló aún más alto cuando se dio cuenta de que estaba molestando a Edith, “¡Creo que te han engañado! Cuánto nos va a costar esto, me gustaría saberlo!”.

En ese momento llegó el camarero con los menús y una bandejita de amuse-bouche. Héctor miró el menú. Estaba en francés, por supuesto. No entendía ni una palabra, salvo los precios impresos junto a cada plato.

“Héctor”, dijo Edith. “¿Quieres que te traduzca?”.

Él la miró con aire de superioridad. “Desde luego que no. Puedo pedir mi propia comida”, dijo fríamente. Llamó al camarero y señaló un elemento del menú. “¡Este!”, gritó.

Edith vio lo que pedía y decidió intervenir. “Escucha, Héctor, quizás…”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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“Sé lo que quiero Edith”, dijo Héctor. Le guiñó un ojo al camarero y le dijo: “¡Tráiganos un poco de vino!”.

“Es ‘vin’ Héctor, vino es español”, explicó Edith.

“¡No me corrijas!”, dijo Héctor con brusquedad. “¡Por estos precios, monsieur aquí hablará en español o lo que yo quiera!”

Así que Edith pidió su propia comida en un francés fluido y mantuvo la boca cerrada mientras esperaban su pedido. Héctor puso un poco de mala cara cuando vio el delicioso plato que le trajeron a Edith, mientras que el suyo parecía ser una especie de guiso oscuro.

Tampoco lo disfrutó mucho y se irritó al ver que Edith saboreaba cada bocado como si fuera maná del cielo. Entonces decidió que le daría una lección. Se zampó hasta el último trozo de guiso y agitó la mano en el aire.

“¡Oiga!”, gritó al elegante camarero. “¡Tráigame más!”

“Héctor”, susurró Edith. “No creo que puedas pedir más…”

“¡Mira estos precios!” Héctor se burló. “¡Puedo pedir repetición bañada en oro!” El camarero parecía desconcertado, pero se fue a la cocina y volvió con una generosa segunda ración del guiso.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pixabay

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Héctor se comió el segundo plato, relamiéndose los labios y absorbiendo la salsa con un trozo de pan. “¿Qué pasa, Edith? ¿Te estoy avergonzando?”, preguntó, sonriendo.

Edith rio. “En absoluto, querido”, dijo con dulzura.

En cuanto Héctor terminó, volvió el camarero, acompañado de un hombre regordete con gorro de cocinero. El hombre dijo en un inglés muy acentuado. “Señor, ¿es usted el valiente americano? Me gustaría estrechar su mano…”

Héctor se levantó sonriendo y le dio la mano al chef. “¡Bueno, hola! Es muy amable de su parte. Pero, ¿cómo sabes que soy valiente?”.

El chef sonrió y explicó: “¡Porque ningún americano se ha comido antes mi guiso de testículos de cabra y ha pedido más!”.

Héctor se tornó de un extraño tono gris verdoso y corrió hacia la puerta. Edith se alegró de que se hubiera ido porque ya no podía contener sus risas. Cuando se controló, salió a la calle y lo encontró apoyado en el auto, vomitando ruidosamente.

“Héctor, ¿estás bien?”, preguntó suavemente.

“Tú…”, jadeó. “Tú sabías…”.

Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Unsplash

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“Lo siento Héctor”, dijo Edith con dulzura. “Pero me dijiste que sabías lo que hacías y que nunca dudaría de ti…”.

Al día siguiente, Edith y el sumiso Héctor continuaron su recorrido por la Belle France, pero a partir de entonces él siempre le preguntaba a su mujer para cada pequeña cosa y le pedía que le tradujera cada menú.

Héctor aprendió tan bien la lección que cuando volvieron a Estados Unidos era un hombre transformado: un marido dulce y considerado que escuchaba a su mujer.

¿Qué podemos aprender de esta historia?

  • Los sabios siempre están dispuestos a admitir que no lo saben todo: Héctor estaba enfadado porque Edith sabía algo que él no sabía y estaba decidido a demostrar que no la necesitaba.
  • Sé humilde, el orgullo siempre lleva a la perdición: Edith intentó advertirle, pero la arrogancia de Héctor le llevó a tener la peor experiencia culinaria de su vida.

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