Vi a mi marido almorzando en vez de en su viaje de negocios y decidí averiguar a quién estaba esperando

Jane está lista para ponerse al día con sus colegas durante un almuerzo. Su marido está de viaje de trabajo, así que ella puede sentarse y disfrutar. Pero cuando llega al restaurante, recibe mucho más de lo que quería pedir.

Sinceramente, lo único que quería era comer calamares a la plancha y pan de ajo. Y sentarme a beber vino mientras mis colegas y yo nos poníamos al día de nuestras vidas. Pero resultó que obtuve mucho más de lo que había pedido.

Todo empezó de forma bastante inocente. Me dirigía a nuestro lugar habitual de comida con mis compañeros de trabajo, un grupo de personas casadas dispuestas a quejarse de sus cónyuges y de los casos en los que trabajaban. Era felizmente inconsciente del torbellino que me esperaba.

Nos sentamos en la mesa que nos habían reservado y, una vez sentada, miré a mi alrededor. ¿Es algo que hacen todos los abogados? ¿Mirar para ver si alguno de sus clientes o anteriores clientes está cerca?

Pan de ajo con queso en un plato. | Fuente: Pexels

Pan de ajo con queso en un plato. | Fuente: Pexels

En fin, cuando levanté la vista, lo vi. Mi marido, Tom, que se suponía que estaba de viaje de negocios, no tenía previsto volver hasta más tarde esa misma noche. Pero allí estaba sentado, con una taza de café y un plato de nachos delante. Estaba tecleando en su teléfono con una sonrisa misteriosa.

¿Con quién demonios estaba hablando este hombre, si no era conmigo? ¿Y qué pasaba con esa sonrisa? La última vez que vi esa sonrisa fue cuando me sorprendió con una escapada de fin de semana por nuestro aniversario, hace unos cinco años.

Mi mente, siempre excesivamente dramática, se convirtió al instante en detective. Me quedé allí sentada, escuchando a mis colegas pedir sus bebidas mientras imaginaba descubrir a Tom con las manos en la masa con otra mujer que seguramente se pasearía a su encuentro.

Hombre sentado a la mesa utilizando su teléfono. | Fuente: Pexels

Hombre sentado a la mesa utilizando su teléfono. | Fuente: Pexels

Observé a Tom durante un rato. Estuvo inconsciente de mi presencia todo el tiempo. Me di cuenta de que estaba concentrado en el teléfono. Cuando el camarero trajo mi vino, le di un sorbo mientras ignoraba la charla de mis colegas. Al cabo de unos minutos, un hombre desconocido entró en el restaurante y le entregó a Tom un sobre.

¿Qué es esto?, pensé para mis adentros. ¿Este hombre está haciendo algo ilegal?

Me levanté entonces, moviéndome al otro lado de la mesa para ver mejor lo que fuera que Tom estaba sacando del sobre. Levanté el menú, intentando protegerme lo mejor que pude sin dejar de ver.

Eran fotos mías. No podía ver las cosas perfectamente, pero mi abrigo verde y mi pelo eran inconfundibles. Hice una discreta foto de Tom y su acompañante, con la esperanza de capturar las pruebas que podría necesitar más adelante.

Sobres sobre la mesa. | Fuente: Unsplash

Sobres sobre la mesa. | Fuente: Unsplash

Siguiendo adelante, aquello no era más que el principio de la historia. Resultó que el desconocido era un investigador privado que formaba parte del elaborado plan de Tom al intentar pillarme con un colega para inculparme como infiel.

¿Por qué?

Porque teníamos una cláusula en nuestro contrato prenupcial que establecía que si uno de los dos engañaba en el matrimonio, este acabaría inmediatamente en divorcio y se quedaría sin absolutamente nada. Tom quería orquestar este plan para que me pillaran y él se quedara con todo.

¿El remate? Tom ya me estaba engañando, y quería todo lo del divorcio para empezar su nueva vida con ella.

Estaba fuera de mí por la rabia y la traición. Pero quería dejarle jugar a su jueguecito. Tom solicitó el divorcio más o menos una semana después de aquel desafortunado almuerzo. Estaba segura de que se sentía triunfante, pensando que tenía todas las pruebas que necesitaba para conseguir el gran pago.

Contrato legal con bolígrafo sobre la mesa. | Fuente: Pexels

Contrato legal con bolígrafo sobre la mesa. | Fuente: Pexels

Siguiendo adelante, aquello no era más que el principio de la historia. Resultó que el desconocido era un investigador privado que formaba parte del elaborado plan de Tom al intentar pillarme con un colega para inculparme como infiel.

¿Por qué?

Porque teníamos una cláusula en nuestro contrato prenupcial que establecía que si uno de los dos engañaba en el matrimonio, este acabaría inmediatamente en divorcio y se quedaría sin absolutamente nada. Tom quería orquestar este plan para que me pillaran y él se quedara con todo.

¿El remate? Tom ya me estaba engañando, y quería todo lo del divorcio para empezar su nueva vida con ella.

Estaba fuera de mí por la rabia y la traición. Pero quería dejarle jugar a su jueguecito. Tom solicitó el divorcio más o menos una semana después de aquel desafortunado almuerzo. Estaba segura de que se sentía triunfante, pensando que tenía todas las pruebas que necesitaba para conseguir el gran pago.

Contrato legal con bolígrafo sobre la mesa. | Fuente: Pexels

Contrato legal con bolígrafo sobre la mesa. | Fuente: Pexels

Sí, ahora estaba sola. Pero salí del otro lado más fuerte, más sabia y libre de un matrimonio tóxico que parecía construido sobre los cimientos de las mentiras.

Y solo se trataba de una cita para comer con compañeros de trabajo. ¿Y sabes? Ni siquiera me dieron mis calamares y mi pan de ajo.

Si estuvieras en mi situación, ¿qué habrías hecho?

Calamares con ensalada y vino. | Fuente: Pexels

Calamares con ensalada y vino. | Fuente: Pexels

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