Margarita solía dejar flores en la tumba de su esposo, pero un día descubrió que las habían destruido. Esto volvió a suceder varias veces hasta que decidió confrontar a la persona responsable y se sorprendió al saber quién era.
El esposo de Margarita, Jorge, había fallecido en un accidente automovilístico algunos meses atrás. Él le había jurado que la amaría para siempre y que nunca la dejaría, y ahora ella no sabía cómo seguir con su vida.
Para lidiar con su ausencia, lo visitaba a diario en su tumba, donde pasaba horas llorando. Como él solía comprarle margaritas y lirios, ella decidió que eran las flores perfectas para llevarle. Eran un símbolo de su amor eterno
Un día, Margarita fue al cementerio y notó que las flores que había dejado anteriormente habían sido pisoteadas y tiradas a un lado. Molesta, compró otro ramo y regresó al día siguiente para ver si acabaría igual.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Pexels
Y al llegar vio lo mismo: las flores estaban arruinadas y tiradas. Ella necesitaba entender lo que estaba sucediendo, así que decidió vigilar el lugar hasta obtener una explicación.
Unos días después, hizo un descubrimiento. Vio a una mujer llorando cerca de la tumba de Jorge. Estaba vestida con ropa suelta y vieja, y lucía cansada y con los pies hinchados.
Margarita decidió acercarse a ella para preguntarle si estaba bien. Entre sollozos, la mujer intentó explicarle que el padre de sus tres hijos, quien la había abandonado para casarse con una mujer rica, había muerto.
“Nos abandonó; ansiaba tanto una vida mejor que ni siquiera pensó en sus hijos”, dijo con amargura.
Margarita sintió mucha pena por ella. “¡Lo siento mucho! Mi esposo era un hombre tan bueno y cariñoso. No puedo imaginar lo fue para ti una traición como esa”.
“Nosotros nunca tuvimos hijos, pero estoy segura de que mi difunto esposo habría sido un gran padre. Lamento que hayas tenido que vivir algo así”, le dijo a la mujer.
La desconocida la miró fijamente. Le costaba entender que esa mujer le hablara de lo bueno que había sido su marido cuando acababa de contarle su mala experiencia.
“¿Ese era tu esposo?”, preguntó, señalando la tumba con margaritas y lirios.
“Sí”, respondió Margarita con una sonrisa triste en su rostro. “Ese es Jorge, mi dulce esposo”.
La mujer sacudió la cabeza. “Debí suponerlo”, dijo ella.
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Margarita se sorprendió por la reacción de la mujer. “Lo siento, no te entiendo. ¿Qué me quieres decir?” preguntó, en un esfuerzo por comprenderla.
“Para ti, él era tu dulce esposo. Pero es el mismo Jorge que abandonó a nuestros hijos para que se murieran de hambre mientras iba a casarse contigo y vivir una vida de lujos”, dijo la mujer con amargura.
Margarita no podía aceptar lo que estaba escuchando. Le temblaban las rodillas, pero hizo todo lo posible por mantenerse fuerte. Estaba segura de que la mujer estaba equivocada.
“Debes estar en un error”, respondió Margarita. “Fui su primera y única esposa…”, dijo, con la voz entrecortada.
Una vez más, la mujer negó con la cabeza y sacó dos fotos de su pequeño bolso. La primera era una foto de Jorge, bastante joven, en su boda con ella. En la segunda, estaban ambos con sus tres hijos.
Margarita estaba horrorizada. No podía quitarse la mano temblorosa de la boca, y poco a poco tuvo que interiorizar que su marido no había sido sincero con ella.
A Jorge le encantaba conversar con ella, pero pocas veces hablaba de sí mismo. Apenas le había contado algo sobre su pasado; según él, no era relevante para su relación.
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Al ver la reacción de Margarita, la mujer siguió hablando. “Jorge creció en la pobreza y se abrió camino hasta convertirse en abogado”.
“Sin embargo, no estaba satisfecho con estar en una firma pequeña. Quería ir a lo grande, y eventualmente te conoció y quiso casarse contigo. Eres una abogada exitosa de una de las principales firmas del país”.
“No sabía nada de esto…”, dijo Margarita, temblando. Sus rodillas cedieron y terminó sentada en el suelo, justo en frente de la tumba de Jorge. Se negaba a aceptar que él pudiera haberla traicionado de esa manera.
“Era un buen abogado, así que cuando solicitó el divorcio, se aseguró de que no obtuviéramos nada. No podía creer que le hiciera eso a sus propios hijos, pero lo hizo”, le dijo la mujer.
Sin dejar de mirar la tumba de Jorge, Margarita explotó repentinamente: “¿Cómo pudiste?”, dijo alterada. “Pensé que eras un buen hombre”. Luego miró a la mujer y quiso saber más de ella. “¿Cuál es tu nombre?”.
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“Anabel”, respondió la mujer en voz baja.
“Anabel”, dijo Margarita, con empatía. “Lamento mucho lo que mi esposo te hizo a ti y, especialmente, a tus tres hijos. Me hubiera encantado ser madre y ni siquiera puedo imaginar lo que han tenido que vivir. De verdad, Lo siento”.
Margarita invitó a la mujer a su casa. Comieron juntas y le preguntó si quería trabajar en su bufete. Anabel aceptó de buena gana. También decidió ayudar a los niños, y les abrió cuentas bancarias a los tres.
“Sé que no puedo borrar el dolor que Jorge les causó. Desearía que todavía estuviera aquí para poder confrontarlo, pero es imposible. Lo que sí puedo hacer es prometerte que te ayudaré a cuidar de tus hijos, si me lo permites”, le dijo Margarita.
Anabel sonrió, y decidió aceptar su ayuda. Terminaron siendo buenas amigas. Margarita solía reflexionar con amargura sobre la vida de mentiras que había llevado con su esposo durante todo su matrimonio.
Años después, cuando Margarita ya se había jubilado, decidió hacer un viaje alrededor del mundo. Al regresar a su casa, le sorprendió ver hermosas margaritas floreciendo en su jardín. Había una nota que decía:
“Gracias a ti, la esperanza volvió a florecer en nuestras vidas. No más espinas, no más tristeza. Gracias, querida amiga”.
Margarita sonrió; sabía que había sido escrita por Anabel. Conocía muy bien su letra, después de haber trabajado juntas por años. Suspiró, sintiendo paz en su corazón.
Imagen con fines ilustrativos. | Foto: Shutterstock
¿Qué podemos aprender de esta historia?
- No puedes amar verdaderamente a una persona si eres deshonesto con ella. Jorge le ocultó a su segunda esposa que había estado casado y había abandonado a sus tres hijos. Aunque su secreto se reveló después de su muerte, Margarita entendió que su relación nunca fue real.
- Siempre que puedas, ayuda a tu prójimo. Margarita no tenía la obligación de ayudar a Anabel y sus hijos, pero quiso hacerlo. Eso la ayudó a resarcir el daño que les había hecho su difunto esposo y le devolvió la paz.
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