Un anciano acude al rescate de una madre soltera cuando una rueda se sale del cochecito de su bebé. Días después se encuentra a bordo de un jet privado camino a un lugar tropical.
José Bencomo tenía pocos sueños. A los setenta y dos años, el padre viudo de dos hijos sabía lo que la vida le deparaba todos los días. Se levantaba al salir el sol e iba en bicicleta a la panadería por panecillos recién hechos.
Luego regresaba, desayunaba, hacía algunas tareas y esperaba la hora del almuerzo. Por las tardes, holgazaneaba en su pequeño taller con sus inventos hasta la cena, y se acostaba al atardecer. Su vida siempre fue igual hasta que conoció a Abril y Emma.
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Ese día comenzó con José pedaleando su bicicleta a la panadería, pero en el camino, vio a una mujer joven en un chándal gris luchando con un cochecito anticuado y desgarbado.
Una de las ruedas de la carriola se había desprendido y la mujer parecía estar tratando de volver a ponerla en su lugar mientras su bebé lloraba en señal de protesta.
“Disculpe”, dijo José suavemente. “¿Necesitas ayuda?”.
La mujer miró hacia arriba y José vio lágrimas en sus ojos. “Sí”, dijo ella. “¡No logro resolverlo sola!”. Y para incomodidad del anciano, ella empezó a llorar.
“Por favor, no llores”, dijo José, palmeando torpemente el hombro de la mujer. “¡Pronto tendremos todo arreglado como nuevo!”.
“Soy tan estúpida”, sollozó la mujer. “Nunca debí haber sacado este viejo cochecito, pero… era mío cuando era un bebé…”.
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“¡Qué lindo!”, dijo José. “¡Guardé todos los juguetes viejos de mis hijos y a mis nietos les encantan!”.
La mujer sonrió y dijo: “¡Sí! ¡También tengo todos mis viejos libros y juguetes! Pero no pensé que la carriola me diese problemas. Estaba en el ático de la antigua casa de mis padres y me dio nostalgia”.
“Veamos qué podemos hacer”, dijo José. Sacó su pequeño juego de herramientas de las alforjas de la bicicleta y se arrodilló junto al cochecito. “¡Ajá! ¡No está roto! Una de las tuercas está suelta; por eso se salió”.
José trabajó un poco con la rueda y luego dijo: “Será mejor que saques a la bebé; el coche podría ladearse cuando la rueda vuelva a su lugar.
La mujer levantó a la bebé y observó ansiosamente cómo José empujaba con firmeza la rueda hacia atrás donde pertenecía. “Listo”, exclamó José. “¡Arreglado y listo para rodar!”.
La mujer sonreía feliz mientras abrazaba a su bebé. “Gracias”, exclamó ella. “¡Eres un caballero de brillante armadura! ¡Evitaste que mi primer día aquí fuera un desastre total!”.
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“¿Dónde vivías?”, preguntó José.
“En la costa”, dijo la mujer.
“Tienes suerte, ¡nunca he salido de este pueblo! Y nunca he visto el océano”, comentó José.
“La costa es encantadora”, dijo la mujer. “Pero quiero que mi hija crezca en mi antiguo hogar”.
“Ojalá mis hijos sintieran lo mismo”, suspiró José. “A veces paso años sin verlos a ellos o a mis nietos. ¿Cómo se llama tu niña?”.
“Emma”, dijo la mujer. “¡Y yo me llamo Abril!”.
“Soy José”, dijo, estrechándole la mano. “¡Tus padres tienen mucha suerte!”.
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Los ojos de Abril se llenaron de lágrimas nuevamente. “Fallecieron hace un año”, explicó. “¡Y los extraño mucho!”.
“Escucha, Abril”, dijo José. “¿Qué tal si tú y Emma me acompañan a desayunar?”.
José las llevó a su cafetería favorita al otro lado de la calle. Los dos adultos conversaron mientras la niña jugaba con los dedos de sus pies, acostada en su coche.
“Emma y yo vamos a hacer un pequeño viaje mañana, así que ¿qué tal si te unes a nosotros?”, preguntó la joven madre.
José aceptó felizmente la invitación, por lo que Abril hizo arreglos para recogerlo en su casa temprano a la mañana siguiente. Estaba esperando en el porche cuando se detuvo un gran automóvil negro conducido por un chofer.
¡Era el coche de Abril! José estaba atónito. “¡Guau!”, dijo. “¡Ese es un gran auto! ¿A dónde vamos?”.
Abril, que llevaba un gran sombrero, sonrió. “¡Es una sorpresa!”. ¡Y qué sorpresa resultó ser! El coche los llevó al aeropuerto y directamente a la pista.
“Vamos, José”, dijo Abril. “¡Acompáñame!”. Así lo hizo José y tuvo el susto de su vida cuando vio un hermoso y elegante jet privado.
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“¿Qué está pasando?”, preguntó José, alarmado.
“Vamos a la playa”, dijo Abril con una gran sonrisa. “¡Vas a conocer el océano!”.
José subió al avión. ¡No podía creerlo! “¡Yo, volando!”, gritó. “¡Veré el océano! ¡No puedo creerlo!”.
“Quería sorprenderte”, dijo Abril. “Porque TÚ fuiste una sorpresa encantadora. Muy pocas personas se molestan en detenerse y ayudar a una madre en apuros, José. ¡Eres un caballero y mereces cosas maravillosas!”.
Resultó que Abril había heredado de sus padres una empresa de alquiler de aviones privados y siempre tenía un avión disponible.
A partir de ese momento, José se convirtió en un invitado permanente en las vacaciones y escapadas de Abril, y en el abuelo de la pequeña Emma.
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¿Qué podemos aprender de esta historia?
- La vida puede traer las sorpresas más increíbles. José pensó que sabía lo que le deparaba la vida, pero estaba equivocado. ¡Se convirtió en abuelo sustituto y en un viajero frecuente a la edad de setenta y dos años!
- Un acto de bondad puede cambiar tu vida. Cuando José acudió al rescate de la joven madre, nunca imaginó que ella era una millonaria que haría realidad su sueño de ver el océano.
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